Lectura Bíblica: Marcos 16,9-20
La aparición de Jesús a María Magdalena
Jesús, que había resucitado a la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena, aquella de quien había echado siete demonios. Ella fue a contarlo a los que siempre lo habían acompañado, que estaban afligidos y lloraban. Cuando la oyeron decir que Jesús estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.
La aparición de Jesús a dos discípulos
Después, se mostró con otro aspecto a dos de ellos, que iban caminando hacia un poblado. Y ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero tampoco les creyeron.
La misión universal de los Apóstoles
En seguida, se apareció a los Once, mientras estaban comiendo, y les reprochó su incredulidad y su obstinación porque no habían creído a quienes lo habían visto resucitado. Entonces les dijo: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán». Después de decirles esto, el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban.
Palabras de San Vicente:
«El celo consiste en un puro deseo de hacerse agradable a Dios y útil al prójimo. Celo de extender el Reino de Dios, celo de procurar la salvación del prójimo. ¿Hay en el mundo algo más perfecto? Si el amor de Dios es fuego, el celo es la llama; si el amor de Dios es un sol, el celo es su rayo. El celo es lo más puro que hay en el amor de Dios».
«Es cierto que yo he sido enviado, no sólo para amar a Dios, sino para hacerlo amar. No me basta amar a Dios, si no lo ama mi prójimo. He de amar a mi prójimo, como imagen de Dios y objeto de su amor, y obrar de suerte que a su vez los hombres amen a su Creador, que los conoce y reconoce como hermanos, que los ha salvado, para que con una caridad mutua también ellos se amen entre sí por amor de Dios, que los ha amado hasta el punto de entregar por ellos a la muerte a su único Hijo».
Oración final
Oh apóstol insigne de la caridad, glorioso San Vicente de Paúl, que extendiste tu celo por la salvación del prójimo y remedio de sus necesidades; alcánzanos del divino Apóstol de nuestras almas, Cristo Jesús, un verdadero espíritu de caridad animado, del cual nos entreguemos sin reservas a la práctica de las obras de misericordia, a fin de ser del número de aquellos de quienes está escrito: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia». Así sea. Amén.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.