Día 6: Novena a San Vicente de Paúl

Lectura Bíblica: Mateo 6,25-34

La confianza en la Providencia

Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.

Palabras de San Vicente:

«Las obras de Dios tienen su momento; es entonces cuando su Providencia las lleva a cabo y no antes ni después. El Hijo de Dios veía cómo se perdían las almas y, sin embargo, no adelantó la hora que se había ordenado para su venida. Aguardemos con paciencia y actuemos».

«¿Y qué vamos a hacer nosotros, sino querer lo que quiere la Divina Providencia y no querer lo que ella no quiere? Esta mañana me ha venido durante mi pobre oración un gran deseo de querer todo lo que acontece en el mundo, tanto de malo como de bueno, todas las penas en general y en particular, puesto que Dios las quiere, ya que las envía».

Oración final

Oh apóstol insigne de la caridad, glorioso San Vicente de Paúl, que extendiste tu celo por la salvación del prójimo y remedio de sus necesidades; alcánzanos del divino Apóstol de nuestras almas, Cristo Jesús, un verdadero espíritu de caridad animado, del cual nos entreguemos sin reservas a la práctica de las obras de misericordia, a fin de ser del número de aquellos de quienes está escrito: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia». Así sea. Amén.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.